lunes, 17 de septiembre de 2012

Perséfone

Deméter (la madre tierra) cuidaba todas las plantas, frutas y semillas del mundo. Enseñaba a las gentes a arar los campos, a plantar las semillas y a recoger sus cosechas. Los campesinos querían mucho a la madre tierra y la obedecían contentos. Y también querían mucho  a su hija, la bella Perséfone.
Perséfone paseaba todo el día por los prados entre las flores. Los pájaros la acompañaban cantando. Las gentes decían: - Donde está Perséfone brilla el sol. Los capullos florecen cuando ella sonríe. Oíd su voz: es como el trino de un pájaro.
Deméter quería siempre que la niña estuviera con ella. Pero, una vez, Perséfone fue sola a un prado cerca del mar y se hizo una corona de delicadas florecillas para el pelo; después tomó todas las flores que le cabían en el halda.
Lejos, al otro lado del prado, llamó su atención una blanca flor que brillaba. Corrió hacia ella: era un narciso, pero nunca había visto ninguno tan hermoso y florido; solo en un tallo había como cien florecitas, quiso arrancarlo, pero no pudo romper el tronco. Probó otra vez con más fuerza y vio que las raíces salían lentamente de la tierra.
En el suelo quedo un enorme agujero que se hacía cada vez mayor. En seguida, Perséfone oyó un ruido muy grande a sus pies, como el de un trueno. Eran cuatro caballos negros que salían del agujero corriendo hacia ella y tirando de una carroza hecha de oro y piedras preciosas. Dentro iba un hombre negro y macizo: era Hades.

Había salido da las tinieblas y se protegía los ojos con las manos. En el soleado prado vio a Perséfone entre las flores: estaba muy hermosa. La tomó y la colocó en la carroza junto a él. Las flores cayeron de su vestido.
- ¡Oh, mis hermosas flores!– dijo Perséfone-. Las he perdido todas.
Entonces vio la cara de Hades, que estaba seria y como de mal humor. Asustada, levantó sus brazos implorando a Apolo, el cual conducía su carroza por el cielo sobre sus cabezas. Luego llamó a su madre, Deméter para que la ayudara, pero nadie le contestó.
Hades llevó su carroza directamente a su oscuro reino bajo la tierra. Los caballos parecían volar. Al dejar la luz Hades trató de consolar a Perséfone. Le habló de las maravillas de su reino, del oro, la plata y las piedras preciosas que poseía. En la oscuridad, mientras iban pasando, Perséfone vio piedras que brillaban en todas partes, pero a ella no le importaban y lloraba sin consuelo.
-Siempre he estado muy solo en mi extenso reino- dijo Hades-. Te llevo a mi palacio, en el cual serás la reina. Compartirás todas mis riquezas.
Pero Perséfone no quería ser reina; sólo suspiraba por su madre, por el Sol brillante y los prados que olían tan bien. Pronto llegaron al palacio de Hades. A Perséfone le pareció muy oscuro y triste y, además muy frío.
Habían preparado una fiesta para recibirla, con apetitosas golosinas, pero ella no quiso comer. Sabía que quien comía en casa de Hades ya no podía regresar a la tierra. Era muy desdichada, aunque Hades trataba por todos los medios de que estuviera contenta.
Mientras, en tierra, todos era muy infelices. Una a una las flores doblaron la cabeza y dijeron:
-No podemos florecer, porque Perséfone se ha ido.
Los árboles dejaron caer sus hojas y decían:
-¡Perséfone se ha ido, se ha ido…!
Los pájaros se alejaron diciendo:
-No podemos cantar, porque Perséfone se ha ido!
Deméter se sentía muy triste. Oyó que Perséfone la llamaba y la buscó en su casa y por toda la tierra.
Preguntó a todo el que encontraba:
-¿Has visto a Perséfone? ¿Dónde está Perséfone?
La única respuesta que le daban era:
-Se ha marchado, se ha marchado. Perséfone se ha marchado.
Pronto Deméter se convirtió en una vieja arrugada y triste. Nadie hubiera dicho que era la mujer que siempre sonreía a todo el mundo. Se pasaba día y noche sentada, mientras grandes lágrimas caían de sus ojos al suelo. Nada nacía en la tierra, todo se secaba y se volvía estéril.
Era inútil que la gente labrara la tierra. Era inútil plantar semillas. Nada podía crecer sin la ayuda de Deméter y todo el mundo estaba apenado y se sentía perezoso.
Deméter fue a muchos lugares y, como nadie en la tierra podía decirle dónde estaba Perséfone, miró al cielo. Allí vio a Apolo en su brillante carroza. No volaba tan alto como otras veces. Estaba escondido detrás de una nube negra y nadie pudo verle durante muchos días. Deméter sospechó que Apolo sabía algo de Perséfone, porque desde el cielo podía ver toda la tierra.
¡Oh gran Apolo!- le dijo-¡ten piedad de mí y dime dónde está mi hija! Apolo dijo:
-Hades se la llevo con él.
Entonces Deméter fue a avisarle a Zeus y le pidió enviar a alguien para que le devolviera a su hija, Zeus llamo a Hermes y le pidió ir al palacio de Hades. Hermes obedeció y fue a buscar a Perséfone, le dijo a Hades que en la tierra no nacía nada, que Deméter estaba triste por su hija y la gente moriría de hambre.
Perséfone estaba triste porque se había comido los aperitivos de Hades sin acordarse de quien comía en casa de Hades se quedaba para siempre; pero Hades se apiado de ella y la dejo ir –vete, Perséfone, hacia donde brilla el Sol, pero hay que obedecer la ley, y por tanto debes regresar cada año para quedarte seis meses, uno por cada semilla que has comido. Esto es todo lo que pido-.
Deméter se puso alegre en seguida. Volvió a ser la buena Madre Tierra, porque tuvo a su hija entre sus brazos.
Cuando Deméter se enteró de que Perséfone sólo podía estar con ella seis meses del año, decidió sacar los tesoros que tenía guardados, y mientras Perséfone estuviera con ella se llenaría de belleza y alegría.
Cuando Perséfone se marchó, Deméter cubrió cuidadosamente los ríos y lagos y extendió un manto blanco y suave sobre la tierra.
Bibliografía: Flora T. Cooke